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El Hombre en la Tierra

La Tierra no es más que un grano de arena en el universo: un pedacito de sol enfriado. 
 

El rayo de luz, recorre el espacio a la velocidad de 300.000 kilómetros por segundo, necesita poco más de un segundo para llegar de la Tierra a la Luna. Para llegar del Sol a la Tierra demora ocho minutos.

Otros planetas semejantes a la Tierra giran como ella en torno al Sol. Algunos Marte, por ejemplo, más pequeños; otros más grandes que ella. El rayo de luz salido del Sol llega después de siete horas al planeta más alejado, Plutón, y con el termina el dominio del Sol, a siete mil millones de kilómetros de éste, lo que significa nada más que un salto de pulga en el universo.

El Sol es una estrella como las otras, infinitamente distante de sus vecinas. De manera que el rayo del Sol llega a la estrella más cercana después de tres años.
 

Por todos los lados hay estrellas. Algunas más pequeñas que el Sol, otras mucho más grandes.

Son otros tantos hornos atómicos cuyo calor en su centro es increíble. Algunas se han enfriado como la Tierra, y han cesado de brillar.

Como la Tierra y los planetas se mueven alrededor del Sol, así también las estrellas se mueven las unas con respecto a las otras, agrupadas en familias, o poblaciones, algunas veces en grupos de diez mil o más. Cuando decimos «agrupadas», esto no quita que todavía estén separadas por distancias enormes.

Visto de muy lejos, el Sol y algunos millares de millones de estrellas que lo acompañan no serían más que puntos imperceptibles; su conjunto, sin embargo, aparecería como una nube luminosa achatada, algo como un disco o una rueda. Este pequeño universo que el rayo de luz recorre de un extremo a otro en 300.000 años se llama La Galaxia.
 
¿Hemos llegado al extremo del mundo? Todavía no: solamente recorrimos un pequeño sector. Muy lejos de este universo, o sea, esta Galaxia, existen otras. Los especialistas afirman que su número total alcanza por lo menos a quinientos millones de galaxias, algunas más grandes, otras más peuqeñas que la nuestra.

Este universo cambia a cada momento. Las galaxias se alejan unas de otras con velocidades de millares de kilómetros por segundo. Estrellas, polvo espacial, agregados de materia, el mundo entero parece ser los pedazos lanzados por una gigantesca explosión. Los sabios se atreven a fijar aproximadamente la fecha en que pudo haber estallado esta superbomba atómica: como diez a veinte mil millones a años atrás.

Esta sería la edad de la creación.

Una creación que no ha terminado

Durante siglos la mayoría de los hombres pensaron que DIOS había creado todo al comienzo y después el mundo se había guardado más o menos igual.

Había puesto el Sol, la Tierra, las estrellas cada una en su lugar, y seguían dando vueltas siempre iguales. Acabamos de ver que esta idea ya no vale.

También pensaban que Dios había hecho al comienzo «el» hombre, «el» caballo, «la» oveja, «el» león y cada uno había tenido descendientes semejantes a él. Ahora sabemos que no es así, sino que la creación de DIOS se hace de a poco y se van formando especies nuevas.

Podemos tomar comparación del niño que crece. Es creatura de DIOS al nacer. Pero crece, se instruye, se hace hombre. Estando hombre será muy diferente de lo que cuando niño. Pero que todavía es la creatura de DIOS y es él el que le dio de crecer.

Pasa igual con la familia de los vivientes. DIOS no creó al comienzo los seres que ahora conocemos. Hace mil millones de años, el mundo de los seres vivientes era un mundo «niño» con plantas y animales primitivos que hoy no existen. No existían animales con cuatro patas, ni aves, por supuesto no había hombres. Pero de ellos nacíeron por una serie de transformaciones y crecimientos otros seres vivientes, los que hoy conocemos y que componen el mundo de los seres vivos mejor organizado, más desarrollado que el del comienzo.

Así, pues, no hubo «una» creación, sino que la creación empezada iba a proseguir su camino con las fuerzas que DIOS había puesto en ella. Es esta la historia que vamos a resumir en algunas líneas.

La subida de los seres vivientes

Hace mil o dos mil millones de años, cuando la Tierra estaba todavía caliente, envuelta en espesas nubes de donde caían sin cesar aguaceros hirvientes, los primeros seres vivientes aparecieron en los mares. Eran seres minúsculos, como microbios, y que apenas hubieron aparecido, se multiplicaron y se transformaron.
 
DIOS no había creado una colección de seres vivientes destinados a reproducirse siempre idénticos. DIOS estaba creando la Vida, y la Vida se desarrollaba. No era solamente la lucha para sobrevivir la que hacía desaparecer a los más débiles y permanecer a los mejor armados. No era solamente la casualidad lo que hacía brotar en cada especie seres con caracteres distintos de sus antepasados. En la materia viviente actuaban fuerzas espirituales, creando en cada especie órganos nuevos, tratando de solucionar de mil maneras distintas cada problema: órganos para ver, oír, sentir, correr, nadar, volar.

Siendo la Vida la obra de un DIOS libre e inteligente, esta Fuerza incontenible buscaba las herramientas que permitirían al animal ser más libre y más inteligente. La herramienta más eficaz fue el cerebro. Los seres más primitivos solamente tenían algunos núcleos de nervios, pero en una de sus familias se formó un verdadero centro de mando: el cerebro. A lo largo de quinientos millones de años el cerebro ya creado fue perfeccionando. Aparecieron nuevas especies que tenían el cerebro más grande y mejor organizado. Después de los reptiles aparecieron los mamíferos, y dentro de éstos los «antropomorfos», o sea, animales de forma humana, algunos de los cuales existen todavía y forman el grupo más destacado entre los monos. Y estos antropomorfos, llevados por las fuerzas creadoras al servicio del plan divino, progresaron en tal forma que su cerebro y su cuerpo ya pudieron ser los de un ser libre e inteligente.

Hace unos tres millones de años atrás apareció una raza ya bien parecida al hombre actual: éstos ya sabían tallar piedras, en forma muy rudimentaria. Luego, como un millón de años atrás, el famoso Pitecántropo, había vencido el temor al fuego propio de los animales, u lo usaba. ¿Era éste hombre verdadero, o sea, dotado de razón y libertad? No lo sabemos con certeza.

Pero luego de presentaron razas muy semejantes a las nuestras. A partir de unos 70.000 años antes de Cristo se multiplicaron los signos de una creatividad contínua: progreso en las técnicas, preocupación por enterrar a los muertos, comienzos del arte. ¿Cómo había surgido el hombre verdadero, o sea, cómo había empezado a ser una persona libre, animada por un espíritu a imagen de DIOS y por tanto inmortal como es él? Nadie puede decirlo. Este
hombre era la obra de DIOS en forma muy directa, cualesquiera que fueran sus antepasados, puesto que su alma inmortal que le daba inteligencia, libertad y poder, la recibía del espíritu divino.

Los primeros pasos del hombre

Durante largos siglos, el hombre no cambió mucho la faz del mundo. Su espíritu llevaba la imagen de DIOS, pero su cuerpo y su manera de vivir apenas los diferenciaban de esos antropomorfos de los que habían salido (no digamos «había nacido», pues realmente su personalidad nace de DIOS). Familias, grupos humanos, vivían en estado primitivo, se alojaban en cavernas, cazaban en la selva, semejantes a algunas tribus que permanecen hasta hoy.

Lentamente el hombre inventaba su lenguaje, hacia armas y herramientas. No se interesaba solamente por lo útil y lo visible. Era un artista. En las cavernas y grutas, debajo de la Tierra donde celebraba sus ritos mágicos, pintaba en la pared, lejos de la luz del día, los animales que deseaba cazar; hoy todavía nos admiramos de su genio artístico.

El hombre era un ser religioso. Enterraba a sus difuntos con ritos destinados a asegurarles una vida feliz en otro mundo. Siendo creado a la imagen de DIOS, su inteligencia pensaba intuitivamente que continuaría viviendo después de la muerte. Por primitivo que fuera, este hombre tenía una conciencia, podía amar, y descubría algo de DIOS, de acuerdo con su capacidad. Pero sus comienzos habían sido marcados profundamente por la violencia y los instintos egoístas comunes a todos los seres vivientes: el pecado estaba en él.
 

Las primeras civilizaciones

Hace unos 10.000 años, un cambio se preparó en la humanidad, los hombres se agruparon en mayor número en las llanuras fértiles. En algunos siglos descubrieron la manera de cultivar la tierra, de criar el ganado, de modelar y cocer la greda. Se levantaron aldeas, que se unieron para defenderse y aprovechar mejor los recursos de la tierra. La primera civilización había nacido.

Después todo se hizo muy rápido. Sobre la tierra aparecieron cinco centros de civilización.
Tres mil quinientos años antes de Cristo, en el sector geográfico llamado Medio Oriente, y donde nacería el pueblo de la BIBLIA, se formaban dos imperios. Uno era Egipto, el otro
Caldea, país de donde saldría Abraham siglos más tarde. Caldea hizo un sistema perfeccionado de riego, construyó con tabiques cocidos, inventó un sistema de escritura, tuvo leyes y administración centralizada. Egipto también tenía esos adelantos: construía
templos grandiosos para sus dioses y levantaba las Pirámides para tumba de sus faraones.

También en China y en India, como veinte siglos antes de Cristo, y en Centro-América (Abya-Yala), diez siglos antes de él, nacieron otras civilizaciones. Las de Centro-América, China e India se desarrollaron por separado, ya que en este tiempo era muy difícil recorrer los continentes.

En cambio, en el Medio Oriente, Caldea y Egipto tenían relaciones entre ellos y el camino que llevaba del uno al otro pasaba por un país pequeño, que se llamaría más tarde (Israel)  Palestina. El progreso material no bastaba para conducir al hombre a la verdad y a la justicia. Basta recordar que los ambientes más cultos de esos dos países eran los sacerdotes de ídolos, que la esclavitud era considerada cosa normal y que la mujer era la servidora del hombre.


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